Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

viernes, 13 de abril de 2012

Caballitos de bronce (I)

Monumento ecuestre a San Martín, 
Louis-Joseph Daumas, 1861

El caballo de San Martín se parece al de Luis XIV. Así lo quiso Louis-Joseph Daumas (1801-1887), el escultor francés de la estatua ecuestre sanmartiniana que se repite como una pesadilla en las plazas de todos los pueblos.
Cuando Benjamín Vicuña Mackenna viajó a París (¿adónde si no?), convino con Daumas que el general se lanzaría desde el bronce montado en un caballo que manotearía el aire graciosamente, la cola flotando al viento. El índice de la mano morena señalaría el camino de la gloria.
El asunto fue cómo sería el caballo. No podía ser de raza árabe, inglesa o normanda. Tenía que ser uno de los nuestros, un criollo de esos que devoran leguas sin resuello. “El señor Daumas elegirá un tipo intermedio”, decía esta cláusula del contrato.
El francés que, antes que nada, quería embolsar sus francos descubrió que la estatua ecuestre de Luis XIV que estaba en la Place des Victoires le venía de perlas. Propuso, pues, imitar esa figura real. De acuerdo, se le dijo.
Así las cosas, la escultura llegó al puerto de Buenos Aires. El caballo, que vino en un cajón enorme, desembarcó en lo que había sido la batería del Retiro y trepó la barranca en un carro arrastrado por yuntas de percherones; una especie de homenaje equino.
El monumento se inauguró el 13 de julio de 1862. En ese momento, nadie se atrevió a decir nada.
Con el tiempo, Vicuña Mackenna se franqueó: “En la ejecución del caballo el escultor no ha sido tan feliz. Se le recomendó imitara, en lo posible, un caballo criollo para lo que se le hizo presente (careciendo de un modelo apropiado) que reprodujera un término medio entre el caballo normando y el árabe, que tienen, el uno la fuerza y el otro la agilidad de la raza andaluza… El caballo no tiene propiamente el carácter fijo de una raza y resalta, en consecuencia, cierta disconformidad en sus proporciones y sobre todo en la cola cuya forma es del todo innatural”.
Hay que ver el contexto de la crítica. En el siglo XIX, las oligarquías chilena (Vicuña Mackenna era trasandino) y argentina fundaron la memoria de sus países. Los monumentos ecuestres como éste, el primero de la Argentina, fueron un momento de ese relato mítico.
No parece casual, entonces, que en la estatua afrancesada de José de San Martín el caballo fuera cualquier cosa menos un caballo criollo.