Kamehameha I (1758/1819) |
Hipólito Bouchard no lo podía creer. ¿Éste era el reyezuelo que le habían dicho? ¿Éste era el salvaje que hace poco nomás ofrecía sacrificios humanos a sus dioses primitivos? ¿Éste era el de las varias esposas y el mucho pecado?
Kamehameha I, soberano de las islas y las aguas del archipiélago de Sandwich, lo miraba plácidamente. Tenía el color de los nativos en la piel y el color del tiempo en el pelo ensortijado. Lo que había sorprendido a Bouchard era que llevaba un uniforme de capitán de la marina de Su Majestad Británica. No por acaso, la bandera del reino llevaba ocho franjas, que representaban las ocho islas sobre las que mandaba el monarca (Oahu, Maui, Lanai, Kauai, Kahoolawe, Molokai, Niihau y la Isla Grande), y la británica Union Jack, tal cual, en un ángulo.
El corsario de las Provincias Unidas había ido allí porque en la bahía mal flotaba un buque de guerra desmantelado, los cañones y los pertrechos amontonados en la playa. Era la corbeta Santa Rosa, más conocida como Chacabuco, armada en corso por el Triunvirato. Los marineros se habían amotinado para piratear por las costas de Chile y Perú y de algún modo recalaron en la transparencia de aquellas aguas. Ahora Bouchard quería de vuelta la nave y encadenados los asilados, que retozaban en alguna de las islas del reino.
El rey de Hawai’i adujo que había pagado por la corbeta sus buenas dos pipas de ron y seiscientos quintales de sándalo. Que la Kalahoille, como la rebautizaron, era valiosa en aquel mar de canoas. Y que por los desertores le pagaban en guineas de oro contantes y sonantes. Después de algunos regateos, Bouchard se allanó a las pretensiones reales.
El 20 de agosto de 1818, en Karakakowa, la capital del reino, Kamehameha I, firmó un tratado de unión para la paz, la guerra y el comercio con Hipólito Bouchard. Bouchard le dio despacho de coronel y le regaló un uniforme correspondiente al rango. Según Bartolomé Mitre, fue la primera nación en reconocer a las Provincias Unidas del Sur.
Kamehameha tenía catorce años cuando se acercó a la roca Pöhaku Naha (piedra de Naha, en castellano), que pesaba dos toneladas y media. Era inmensa y resbaladiza por el musgo que la cubría. La palpó cuidadosamente, encontró de dónde asirla, abrió las piernas y la dio vuelta por completo. La tradición quería que quien lo lograra sería el rey de todas las islas que forman Hawai’i.
En 1810, Kamehameha el Grande del Mar del Sur derrotó uno a uno los reyezuelos insulares y, cuando no pudo con ellos, como Aliʻi Aimoku, amo de Kauai y Ni'hau, pues sencillamente negoció su sumisión.
Este gigantón de casi dos metros de altura fue, durante mucho tiempo, guardián de Kukaʻilimoku, el dios de la guerra, que reclamaba cruentos sacrificios de vez en cuando. Kamehameha lo satisfizo cuantas veces quiso.
Pero el tiempo no sólo le puso canas sino también compasión. Dicen que dicen que una vez fue atacado por un pescador que, atemorizado por la furia del guerrero, le dio un fuerte golpe con un remo, que se astilló. Muchos años después, le trajeron al pescador. En vez de mandarlo a la horca, se culpó a sí mismo por intimidar con sus guerras a las gentes del pueblo. Y decretó la ley del remo astillado, aún vigente en la constitución hawaiana:
Honrad a vuestro dios;
respetad por igual a los grandes y a los humildes;
ocupaos de que nuestros mayores, mujeres y niños
puedan descansar junto al camino
sin miedo de que se les haga daño.
Desobedeced, y moriréis.
Kaʻahumanu, de pechos desnudos salvo la guirnalda de flores, fue la esposa preferida de cuantas tuvo. Tan astuta era que, cuando su esposo murió en 1821, secuestró a Aliʻi Aimoku, el amo no vencido y por ende peligroso de Kauai y Ni’hau, y lo forzó a casarse con ella. En su tumba secreta, Kamehameha debe haberse reído a carcajadas.