Dicen los que saben que perteneció a la Generación del 37. Pero fue mucho más que Esteban Echeverría, José Mármol o cualquiera de ellos. Su prosa como pólvora es muy superior. Lo malo de Sarmiento es que cuando escribe, a menudo, muestra la entretela. Pongamos la carta que le manda a su primo Domingo Soriano Sarmiento a propósito de su casamiento con la prima Laura:
“No creo en la educación del amor, que se apaga con la posesión. Yo definiría esta pasión así: un deseo para satisfacerse. Parta usted desde ahora del principio que no se amarán siempre. Cuide usted pues cultivar el aprecio de su mujer y de apreciarla por sus buenas cualidades. Oiga usted esto, porque es capital. Su felicidad depende de la observancia de este precepto. No abuse de los goces del amor; no traspase los límites de la decencia: no haga a su esposa perder el pudor a fuerza de prestarse a todo género de locuras. Cada nuevo goce es una ilusión perdida para siempre; cada nuevo favor de la mujer es un pedazo que se arranca al amor. Yo he agostado algunos amores y he concluido por mirar con repugnancia a mujeres apreciables que no tenían a mis ojos más defectos que haberme complacido demasiado. Los amores ilegítimos tienen eso de sabroso, que siendo la mujer más independiente aguijonea nuestros deseos con la resistencia”.
Esto escribía Domingo Faustino Sarmiento el 2 de diciembre de 1843, en Santiago de Chile. Para entonces ya trataba con Benita Martínez Pastoriza, casada con Domingo Castro y Calvo. Como consecuencia de aquellos tratos nacería Domingo Dominguito (¿todos se llamaban Domingo en esa familia?).
Dos años después de la carta que transcribimos, Domingo Faustino le escribe a un amigo: “Entre tus amigas aquí no hay más novedad que la del embarazo de la señora [Benita] Martínez. Ya te imaginarás cómo ha debido colmar de dicha este acontecimiento a un matrimonio que tan pocas esperanzas daba de sucesión”. Cuentan que el chico tenía “los bezos salientes, la nariz ñata, los ojos avizores, de rastreador, la frente amplia y con aquella expresión característica de Sarmiento”.
Lo cierto es que, al tiempo, Domingo Faustino se casa con Benita y le da su apellido a Dominguito (que el nombre ya se lo había dado). Pero se cansa de la mujer. Era, escribe, un “volcán de pasión insaciable, un veneno corrosivo que devoraba el vaso que contenía”. ¿No era una pluma espléndida?