Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

domingo, 8 de septiembre de 2024

El padre del malbec




Está bien, fue el que instituyó la “tradición educativa”, como dice Natalio Botana. Pero, más allá de ditirambos y vituperiose de esta nunca acabada batalla cultural, Sarmiento fue sobre todo un hacedor. Pensaba ideas, las hacía políticas, los concretaba en la realidad.

En 1853, por caso, Sarmiento ideó la Quinta Normal de Mendoza, una escuela de agronomía a imagen y semejanza de la que había impulsado en Santiago de Chile.

Así fue como el agrónomo francés Michel Aimé Pouget recaló en San Juan. No vino solo. Llegó con plantas que había traído de Francia. “No eran flores, ni mosquetittas”, al decir sarmientino. Eran esquejes y semillas que incluían cepas como Cabernet Sauvignon, Pinot Noir. Y la desconocida Malbec.

Ocurrió lo de siempre. “Se levantó la opinión pública en masa contra el atentado –recordaba Sarmiento-. Tenía muchos amigos en Mendoza, amigos de partido que me estimaban mucho y sin embargo, ellos, los urquicistas, los partidarios de Buenos Aires y los provincialistas, todos unidos, estuvieron en contra de la quinta normal diciendo que era un establecimiento de lujo, un absurdo, etcétera”.

Aquellos vientos no impidieron que el agrónomo tomara una cuadra de terreno en el declive de un cerro e introdujera ciento treinta variedades europeas de vides. Enseñó cosas concretas: como orientar los emparrados de acuerdo al sol, qué uvas elegir en función de su sensibilidad a las plagas y a las enfermedades, cómo podar.

Con el tiempo, la diseminación de esos conocimientos transformó ese desierto que era Mendoza. Y, en estos años, el malbec se convirtió en la nave insignia de la vitivinicultura argentina en el mercado mundial.

Se lo debemos a Domingo Faustino Sarmiento, Un hacedor. Un hombre de la cultura no entendida como “flores y mosquetitas”, sino como un saber para hacer.

martes, 2 de abril de 2024

La Heroína

El desembarco en Malvinas fue, quizá, el último el episodio de la Guerra por la Independencia. Hasta entonces, las batallas navales se habían librado en el Río de la Plata. Esta vez fue en el estratégico Atlántico Sur.
Corsarios y piratas en el Río de la Plata, un libro de cuentos históricos de Ricardo Lesser, editorial Quipu, 2024, narra cómo, el 6 de noviembre de 1820, el corsario David Jewett iza la bandera de las Provincias Unidas en aquel manto de neblinas:
“En esos días, David Jewett fue nombrado capitán de una fragata corsaria a la que bautizaron Heroína sencillamente porque no podían llamarla Javiera.
A los corsarios les esperaban siete mares de aventuras. Pero durante las primeras jornadas de la travesía el capitán permaneció en su camarote, pensativo, acariciando el lomo desnudo de una perra azulenca (pelada, como los perros chimú del Perú), Manquita (había perdido una mano, quién sabe cuándo), que había quedado a su cuidado.
El capitán corsario puso proa a los mares del sur. Finalmente, la Heroína llegó a la bahía, donde no había más que las ruinas de lo que había sido el puerto español de la Soledad, en las Islas Malvinas.
No era posible entrar al puerto, de modo que anclaron en la bahía. David mandó bajar un chinchorro, un pequeño bote que era el único que estaba en condiciones, y con una pequeña escolta, incluyendo a Manquita de la que nunca se separaba, se dirigió a tierra.
Una multitud de pingüinos y focas miraba con curiosidad a esos marineros flacos y desarrapados. También los observaban las tripulaciones de unas cincuenta naves que cazaban ballenas y lobos.
Cuando el chinchorro estaba a punto de llegar a la playa, un enorme lobo marino les lanzó un bramido de desafío mostrando los colmillos. Debía pesar más de trescientos kilos. Tal vez sentía que estaban por pisar su territorio y no estaba dispuesto a tolerar ese insulto.
Los marineros dejaron de remar, temían que la bestia volteara el frágil chinchorro. El lobo marino avanzó amenazadoramente.
Justo en ese momento se oyeron unos ladridos no menos desafiantes. Era Manquita. Sin que David atinara a detenerla, se echó al agua helada y nadó resueltamente hacia el lobo marino con una facilidad pasmosa si se piensa que tenía una sola mano".
Más por desconcierto que por temor, el lobo marino se tomó las de Villadiego. Los marineros, aliviados, vitorearon a la perrita que fue la primera en desembarcar en la Soledad.
La historia dice que el 6 de noviembre de 1820, el corsario David Jewett tomó posesión formal de las islas Malvinas en nombre de las Provincias Unidas izando la bandera en un mástil improvisado.
Lo que la historia no dice es que allí también estaba Manquita, aquella heroína de las tres patas y ni un solo pelo”.

miércoles, 17 de mayo de 2023

La tierra medida

Al principio, los llamaron Pilotos, Cosmógrafos, Mensuradores, Geómetras, Medidores de Tierras, Topógrafos. Practicaban el arte de medir la tierra y establecer límites.

Después, la práctica se convirtió en una disciplina. Era una necesidad provocada por el aumento del valor económico de la tierra o, si se quiere, el requerimiento de una disciplina del nuevo modo de la acumulación capitalista en los años posrevolucionarios.

En 1824, ya había una comisión para “crear un método de mensurar tierras y establecimiento de reglas precisas para proceder a amojonamiento y demarcación de tierras”. Era la antesala de la profesión de Agrimensores, que serían reconocidos por la flamante UBA rivadaviana.

El Estado hizo mucho por ellos. En 1826, Bernardino Rivadavia creó la enfiteusis, la cesión de tierras públicas a cambio de un pago anual irrisorio.  Y, en 1830, Juan Manuel de Rosas lanzó su Campaña al Desierto.

Había que delimitar los campos concesionados a los amigos. Y amojonar las leguas que se sumaban a la frontera agropecuaria. Los agrimensores estaban de parabienes.

Al menos lo estaba el fabuloso Ambroise Cramer, el francés que dejó a Napoleón para pelear con San Martín y terminó muriendo tristemente a orillas de la laguna de Chascomús. Y también Felipe de Senillosa, el español que construyó un vasto imperio más allá del Salado, detrás del cual habían vivido los indios. Ambos habían sido topógrafos de las huestes napoleónicas. Y bien habrían podido decir que la agrimensura les había permitido conocer al dedillo las tierras pampeanas de las que se apropiarían.

Mariano Moreno (hijo) conoció muy bien a Senillosa en la UBA. Consiguió allí su título de agrimensor, pero no tuvo las oportunidades del español que se apropió vorazmente de la extensión de la frontera. Al contrario, el rosismo siempre se le mostró adverso. Lo cesantearon de su empleo en la Biblioteca y, más tarde, lo metieron preso. Mensuró algunas tierras, pero ninguna para sí.

viernes, 2 de diciembre de 2022

¡Campeones!


El partido estuvo detenido quince minutos antes del pitazo final. El 10 de Holanda tenía un yeso en la muñeca. Los argentinos adujeron que era antirreglamentario y pidieron su exclusión. Los holandeses amenazaron con retirar el equipo si eso ocurría. El reglamento no preveía nada parecido.

Así empezó la final del mundial de 1978.

Las normas, claro está, son fundamentales en el fútbol. De hecho, definen las condiciones de las estrategias de los directores técnicos.

Por ejemplo, en 1978 estaba permitido que los arqueros tomaran la pelota con las manos cuando se la pasaba algún compañero. Esto facilitaba hacer tiempo si uno estaba ganando.

En aquella final, los jugadores hicieron más de un foul desde atrás. Hoy, ese recurso extremo sería sancionado, por lo menos, con una amarilla, sino con la expulsión. En todo caso, hacía apenas dos años que se habían instituido las tarjetas.

Los equipos hicieron sólo dos cambios. Es que, por entonces, no se permitía la sustitución de hasta cinco jugadores, como en la actualidad. Obviamente, el reemplazo de casi la mitad de los equipos es un factor crucial.

Y, sobre todo, hace 44 años no existía el Video Assistant Referee, el bendito VAR, que  parece estar desnaturalizando el fútbol internacional.

De todos modos, hay algo que no cambia. La pasión por el fútbol sigue siendo –como dijo alguna vez Juan José Sebreli- producto de la decadencia o la frustración de la organización política y sindical de las masas populares.

Pero, de vez en cuando, alguien se retoba. En 1978, Jorge Carrascosa (el capitán del equipo hasta allí) prefirió renunciar a la selección. No quería jugar a unas cuadras del  mayor centro clandestino de la dictadura.

viernes, 17 de junio de 2022

Al abordaje... a caballo

Alguna vez, hace más de doscientos años, ondeó en el mástil más alto de un bergantín inglés, el Justina. Ahora está allí, bajo un cristal, en la oscuridad húmeda del Convento de Santo Domingo. Es la bandera, o lo que queda de ella, de la nave de la Royal Marine que los criollos tomaron en las invasiones inglesas. Lo curioso es que lo hicieron a caballo.


A caballo entraron al río que, traicionero, bajó de repente y encalló el buque sin remedio. Un cañonazo afortunado se había llevado el palo mayor. Los británicos estaban a la merced de los inmisericordes bancos de arena.

Y se vieron venir encima una horda de gauchos desaforados. Los criollos pegaban unos gritos que helaban la sangre. Los caballos chapoteaban el agua blanda. Los conducía un cadete. Un veinteañero hecho a las espinas de los montes salteños. Era Martín Miguel de Güemes, sobre cuya infancia indagamos en un libro que aparecerá en 2023: Güemes y su caballo.

El río ya no está. El sitio donde ocurrió la hazaña de Martín y sus criollos yace bajo la tierra del progreso. Actualmente se levanta allí lo que seguimos llamando la Torre de los Ingleses. Vaya ironía, ¿no?

miércoles, 2 de marzo de 2022

Los hijos de los próceres

¿Qué pasó con el mandato de los padres fundadores a sus propios hijos? 

Si uno quiere resolver qué hizo Angela Castelli o Pedro Castelli con el legado de su padre tropieza con un escollo. Antes, necesita comprender el sistema nervioso por el que se transmitió ese mandato. En las Provincias Unidas, la médula de ese sistema se llamó patriarcado.

En Ellas en la historia. Mujeres que hicieron el país (Planeta, 2018) se describe cómo funcionaba aquella sociedad armada como una red de relaciones de parentesco y compadrazgo que se anudaban en clanes.

Esa sociedad era cerradamente patriarcal. Las relaciones familiares eran directamente relaciones políticas de dominación masculina, que nacían en una cierta división sexual del trabajo

En el capítulo Madres maternales, usamos una lente de aproximación microsocial para examinar de cerca esa división. Nos metemos en un dormitorio en el que está ocurriendo un parto, un drama que muestra la expropiación del cuerpo de la mujer.

Sin patriarcado no podría haberse constituido el clan Belgrano, por ejemplo, en el que el pater familias Domenico Belgrano asignaba a sus hijas de manera de ampliar su capital económico y social a la vez que decidía a su arbitrio cuáles de sus hijos serían comerciantes o curas.

A ninguno de ellos se le habría ocurrido discutir esa estrategia de alfiles en el tablero de las clases en formación. Ni siquiera Manuel, que tomó aquel mandato y le dio otro rumbo. 

Es cierto que el huracán de Mayo intranquilizó el follaje de los árboles genealógicos. Pero el patriarcado volvería. En el año VI, los congresales de Tucumán lo dijeron claramente: “Fin de la Revolución, principio del orden”.

Lo cierto es que, si queremos saber qué pasó con los hijos de los próceres, habrá que aceptar una prevención: para seguir el mandato del padre es necesario recorrer los oscuros laberintos del patriarcado por los cuales se transmitió.

jueves, 24 de febrero de 2022

No se nace mujer

El primer libro de lectura fue publicado por una mujer, Ernestina López (1875-1965), en 1920. Es curioso que las feministas no se acuerden de ella.
No la tuvo fácil, Ernestina. Venía de una familia, digamos, poco convencional. Su padre era el célebre Cándido López, el Manco López que pintaba batallas con la mano izquierda.
Cuentan que, antes de irse a la Guerra del Paraguay, se enamoró de una niña de catorce años. Un sol. Pero ocurrió aquella granada fatídica. Le destrozó el brazo y los sueños. Ya no me querrá, pensó.
Hasta que, en una mañana de otoño de 1872, alguien entró a la zapatería en la que trabajaba. Era la niña sol que sí lo quería. Se casaron en San Miguel Arcángel un 22 de septiembre, justo el aniversario de la batalla de Cutipaytí donde el pintor dejó el brazo.
Nadie reparó, y él menos que nadie, en que Cándido tenía una concubina, Adriana y una hija, Elvira, que en ese momento era apenas un bebé.
No importó demasiado, el Manco se casó con doña Emilia, fueron felices y comieron perdices. Tanto, que tuvieron doce hijos.
No se crea que Cándido renunció a Adriana. Simplemente, puso casa chica (Adriana) y casa grande (Emilia). A pocas cuadras, que era lo más conveniente. En 1879, la “concubina”, para llamarla de algún modo, dio a luz a Ernestina.
Un pequeño detalle: en 1878, Emilia, la “legítima”, es un decir, parió un varón y, en 1880, otro. Ernestina nació exactamente en el medio: en 1879. No se podrá decir que el Manco de Curupaytí no era un padre pródigo.
Quién sabe cómo sobrellevaron las hermanas López esta situación. Pero, sin duda, la superaron. Volvemos a encontrarlas en 1901.
Ese año, Elvira se graduó como filósofa con una tesis sobre “El movimiento feminista”. Y Ernestina lo hizo con medalla de oro. Eran las primeras en Filosofía y Letras. Hacía nada que Cecilia Grierson se había recibido de médica contra viento y marea.
No fue casualidad que, unos años más tarde, las universitarias organizaran el Primer Congreso Femenino Internacional en Buenos Aires. En aquellos tiempos, en el código civil las mujeres eran tenidas por imbéciles legales. Había que tener coraje para ir contra el patriarcado.
Lo tuvieron, claro. Habría que preguntarse si su militancia contra el desigual orden sexual de la sociedad, del cual su padre era un ejemplo cabal, fue motivada por su propia experiencia filial. ¿Es casual que las dos hermanas López hayan sido feministas de fuste?
En todo caso, dieron pelea para llegar a ser las mujeres que fueron.

En Seis problemas para don Isidro Parodi, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares adjudican a un presunto Carlos Anglada la autoría de Veo y Meo. Una broma al popular Veo y leo de Ernestina López.