Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

lunes, 27 de febrero de 2012

El rito de la vida

 El tablero del juego de la oca, dicen, es un mapa encriptado para los peregrinos que iban desde los Pirineos a Compostela. Lo habrían imaginado los Caballeros Templarios, que custodiaban el Camino de Santiago, para indicar a los iniciados los senderos ocultos, los escondites, los peligros. Cada casilla denota un lugar (la primera es el monasterio benedictino de San Pere de Rodes), que dista del siguiente exactamente 15 millas y éste 15 del próximo.
Las trece ocas son las que avisaban desde el Capitolio romano el avance del enemigo, los animales reverenciados por los egipcios porque dominan el agua, la tierra y el aire. Son asimismo las que, si se sacan los dados precisos, llevan a la Gran Oca final de una sola jugada; algo casi imposible.
Y, desde ya, una simbología. El camino se desarrolla en forma de espiral, que no sería otra cosa que un símbolo antiquísimo, el ciclo del nacimiento, la muerte, la reencarnación. El Laberinto, el Pozo, el Puente no necesitan interpretación. Son los momentos de la vida.
Aun en este tiempo infernal de los videojuegos, los chiquitos juegan a la oca. No es poco lo que aprenden. Aprenden a creer en una ficción. Aprenden que hay un azar, que existe la muerte, el pozo, la cárcel, el puente. No es el dado lo que determina el camino, sino el paso por las casillas del destino. Todo juego comporta un rito, dice Roger Caillois. En este caso, el rito de la vida.

sábado, 18 de febrero de 2012

Personajes. Roberto de las Carreras

Roberto de las Carreras 
(1873-1963) 

He sido engendrado en una noche de pasión y no entre bostezos matrimoniales. Eso decía Roberto de las Carreras, el poeta decadentista uruguayo, a quien quisiera oírlo.
Razón tenía. Su madre, Clara García de Zúñiga, hija de un terrateniente de Gualeguaychú, iba de mano en mano como una falsa moneda, como decían las viejas. Su padre, don Mateo (el terrateniente), la había prometido a un señor que, prudente, esperó que tuviera catorce años para consumar lo que consumó.
A poco se hizo mujer, Clarita tuvo sus amoríos circunstanciales y, lo que es malo, los dijo. Los que la querían, entonces, la declararon loca, le quitaron la administración de sus bienes y la encerraron en un altillo. Allí pasó sus días hasta la noche de su muerte.
Antes, había tenido lo suyo con Ernesto de las Carreras que, si no nos equivocamos, era hombre de reputación en San Isidro. De allí Roberto. Cabal, lo reconoció y, a modo de única herencia, le enseñó que el mejor medio de contener a una mujer infiel es arrojándola por el balcón. (Continúa)

sábado, 11 de febrero de 2012

Su cuna no fue un conventillo

El tango nace prostibulario. Quienes lo afirman tiran sobre la mesa decenas de partituras para piano, generalmente sin letra, pero con títulos con doble sentido. Afeitáte el 7 que el 8 es fiesta. Hacéle el rulo a la vieja. Ni hablar de Cara sucia, cuyo título originario no aludía precisamente a la cara por lavar.  
Una de esos tangueros pícaros fue Bernardino Terés, que compuso un tango “sobre las populares canciones La Marquesita y La Carolina”. En la partitura se ve un caballero (algo procaz, a decir verdad), que le pide a una señorita displicente que le interprete precisamente La Carolina. Un desgraciado error tipográfico hace que en la partitura se lea todo corrido: Tocámela Carolina.
En lo que nadie repara es que esos tangos son para piano. En las primeras décadas del siglo XX hay un activo mercado de partituras para piano. Ahora, ¿quiénes compran las partituras? Las chicas (y, por qué no, las señoras) de clase media. Las mismas que, si alguien las mira, aprietan las piernas de miedo de que el sexo se les caiga en la vereda, como decía Oliverio Girondo.
Tal vez esta música equívoca se escucha en las vitrolas de los prostíbulos, pero sin duda se toca a la hora de la siesta en el comedor de las casas de barrio.
Como fuere, Ernesto Sábato refuta la asimilación del tango al sexo. Se crea lo que no se tiene, argumenta, lo que nos causa ansiedad y esperanza. A fines del siglo XIX, el inmigrante solitario que entra a los lupanares resuelve su necesidad sexual con trágica facilidad. El acto sexual, entonces, es doblemente triste: deja al hombre en la soledad inicial y lo enfrenta a la frustración de haber intentado quebrarla sin éxito.
De modo que el tango, dice Sábato, no evoca el prostíbulo sombrío. Invoca la añoranza de la mujer, el cuerpo Otro. Tal vez por eso es triste.

martes, 7 de febrero de 2012

Personajes. Kamehameha I

Kamehameha I (1758/1819)

Hipólito Bouchard no lo podía creer. ¿Éste era el reyezuelo que le habían dicho? ¿Éste era el salvaje que hace poco nomás ofrecía sacrificios humanos a sus dioses primitivos? ¿Éste era el de las varias esposas y el mucho pecado?
Kamehameha I, soberano de las islas y las aguas del archipiélago de Sandwich, lo miraba plácidamente. Tenía el color de los nativos en la piel y el color del tiempo en el pelo ensortijado. Lo que había sorprendido a Bouchard era que llevaba un uniforme de capitán de la marina de Su Majestad Británica. No por acaso, la bandera del reino llevaba ocho franjas, que representaban las ocho islas sobre las que mandaba el monarca (Oahu, Maui, Lanai, Kauai, Kahoolawe, Molokai, Niihau y la Isla Grande), y la británica Union Jack, tal cual, en un ángulo.
El corsario de las Provincias Unidas había ido allí porque en la bahía mal flotaba un buque de guerra desmantelado, los cañones y los pertrechos amontonados en la playa. Era la corbeta Santa Rosa, más conocida como Chacabuco, armada en corso por el Triunvirato. Los marineros se habían amotinado para piratear por las costas de Chile y Perú y de algún modo recalaron en la transparencia de aquellas aguas. Ahora Bouchard quería de vuelta la nave y encadenados los asilados, que retozaban en alguna de las islas del reino.
El rey de Hawai’i adujo que había pagado por la corbeta sus buenas dos pipas de ron y seiscientos quintales de sándalo. Que la Kalahoille, como la rebautizaron, era valiosa en aquel mar de canoas. Y que por los desertores le pagaban en guineas de oro contantes y sonantes. Después de algunos regateos, Bouchard se allanó a las pretensiones reales.
El 20 de agosto de 1818, en Karakakowa, la capital del reino, Kamehameha I, firmó un tratado de unión para la paz, la guerra y el comercio con Hipólito Bouchard. Bouchard le dio despacho de coronel y le regaló un uniforme correspondiente al rango. Según Bartolomé Mitre, fue la primera nación en reconocer a las Provincias Unidas del Sur.  

viernes, 3 de febrero de 2012

Indiscreciones sarmientinas

Dicen los que saben que perteneció a la Generación del 37. Pero fue mucho más que Esteban Echeverría, José Mármol o cualquiera de ellos. Su prosa como pólvora es muy superior. Lo malo de Sarmiento es que cuando escribe, a menudo, muestra la entretela. Pongamos la carta que le manda a su primo Domingo Soriano Sarmiento a propósito de su casamiento con la prima Laura:
“No creo en la educación del amor, que se apaga con la posesión. Yo definiría esta pasión así: un deseo para satisfacerse. Parta usted desde ahora del principio que no se amarán siempre. Cuide usted pues cultivar el aprecio de su mujer y de apreciarla por sus buenas cualidades. Oiga usted esto, porque es capital. Su felicidad depende de la observancia de este precepto. No abuse de los goces del amor; no traspase los límites de la decencia: no haga a su esposa perder el pudor a fuerza de prestarse a todo género de locuras. Cada nuevo goce es una ilusión perdida para siempre; cada nuevo favor de la mujer es un pedazo que se arranca al amor. Yo he agostado algunos amores y he concluido por mirar con repugnancia a mujeres apreciables que no tenían a mis ojos más defectos que haberme complacido demasiado. Los amores ilegítimos tienen eso de sabroso, que siendo la mujer más independiente aguijonea nuestros deseos con la resistencia”.
Esto escribía Domingo Faustino Sarmiento el 2 de diciembre de 1843, en Santiago de Chile. Para entonces ya trataba con Benita Martínez Pastoriza, casada con Domingo Castro y Calvo. Como consecuencia de aquellos tratos nacería Domingo Dominguito (¿todos se llamaban Domingo en esa familia?).
Dos años después de la carta que transcribimos, Domingo Faustino le escribe a un amigo: “Entre tus amigas aquí no hay más novedad que la del embarazo de la señora [Benita] Martínez. Ya te imaginarás cómo ha debido colmar de dicha este acontecimiento a un matrimonio que tan pocas esperanzas daba de sucesión”. Cuentan que el chico tenía “los bezos salientes, la nariz ñata, los ojos avizores, de rastreador, la frente amplia y con aquella expresión característica de Sarmiento”.
Lo cierto es que, al tiempo, Domingo Faustino se casa con Benita y le da su apellido a Dominguito (que el nombre ya se lo había dado). Pero se cansa de la mujer. Era, escribe, un “volcán de pasión insaciable, un veneno corrosivo que devoraba el vaso que contenía”. ¿No era una pluma espléndida?

miércoles, 1 de febrero de 2012

Imágenes del cuerpo. La Susana

Susana y el viejo, Antonio Berni, 1931, 
Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires

No es hermosa en extremo ni temerosa de Dios, como la de la Biblia. No se mira abstraídamente en el espejo, como la que pinta Tintoretto. El viejo que espía no exige silencio a la hembra llevándose el índice a los labios como el que representa Gentileschi. No es tampoco la Greta Garbo lejana y mítica. Es, más bien, la Susana; la Susana un poquito prostituta, los pezones henchidos, el pubis sin vergüenzas. ¿Una prefiguración de Ramona? Quizá.
La Susana bíblica (Daniel, 13) es la hija de Helcías y esposa de Joaquín, codiciada por dos viejos jueces de Babilonia. Como no les concede sus favores, la acusan falsamente de yacer con un joven en el jardín. La condenan a muerte (¿qué otra cosa por semejante falta?) pero la salva Daniel, que sabiamente los hace contradecirse indagándolos por separado.
La historia de la casta Susana fue pintada hasta el cansancio durante el Renacimiento. Era el modo en que los artistas podían mostrar un desnudo mujeril sin inquisiciones eclesiásticas. Aquí la hizo bellamente Guttero con un toque impresionista. La de él se llama Susana y los viejos, como tantos otros lienzos renacentistas.
La de Antonio Berni, no: Susana y el viejo, acaso porque hay un solo espión. Como fuere, es un cuadro de la perversión. Lo perverso es la mirada detrás de la puerta. Hay quien dice que el viejo inflamado de deseo es el general José F. Uriburu, que por entonces mandoneaba la Argentina. ¿La Susana es entonces la Argentina espiada por poderosos?

viernes, 27 de enero de 2012

La ilusión ataca de nuevo

Reflejos, intervención de Kurt Wenner

A propósito de la última edición de Historias con lupa, en la que se decía que la verdad de la calavera se entrega únicamente a quien mira en diagonal, Carlos Vertedor, un seguidor de este blog, escribe:  
“No sólo se debe mirar al sesgo sino que hay instrumentos que nos permiten resolver la anamorfosis. Utilizando una cuchara, por ejemplo, o un cilindro espejado. Se lo apoya en la punta del plano del sector deformado y aparecerá resuelta la calavera deformada. 
Recuerdo que mi padre, un excelente dibujante, me mostró alguna vez un dibujo que estaba hecho en tinta china. Más que un dibujo era una mancha de tinta que tenía forma de semicírculo. Uno apoyaba en forma vertical el capuchón metálico estañado de la lapicera fuente en una parte de esa mancha y aparecía reflejada la imagen de una mujer desnuda. Era algo impecable. Según mi viejo lo había hecho un amigo de él. Yo siempre tuve mis dudas....”
Esta técnica se aplica desde hace muchos años en la publicidad estática de los estadios de fútbol, continúa Vertedor. En la pantalla del televisor se ven los escudos de los equipos y las imágenes publicitarias como si fueran carteles. Si estuviéramos en el mismo campo de juego y mirásemos el césped,  sólo veríamos una imagen enormemente alargada y  deformada a la que no se le puede dar un significado. Solamente se puede “ver” desde el punto de observación de la cámara. Una anamorfosis.
“Hay pintores que hacen su arte en la calle, en una superficie plana, tal es el caso de Eric Grohe Miller y otros. Se pueden ver solamente desde un exclusivo punto de observación. Si uno se mueve, verá todo deformado. Y un poco más lejos no podrá definir qué es lo que está mirando”.
Es cierto, los que pintan (literalmente) las calles con sus tizas de colores saben que sus imágenes son ilusiones. Y que son efímeras. La primera lluvia las devuelve a su realidad de tiza mojada.