Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Imágenes del cuerpo. Lo evidente

El mudo, Juan Carlos Di Stéfano, 
1973, Museo Nacional de Bellas Artes

La carne no es de mármol heroico sino de resina epoxi; material innoble si los hay, pero vehemente. En todo caso, es carne, humillada.
El cuerpo tiene una posición forzada, la cabeza entre las rodillas martirizadas. Tal vez sea ese balde colgado del cuello, las ligaduras de los antebrazos incrustados en la espalda.
Le acaban de sacar la cabeza del balde. El agua le chorrea todavía de la mandíbula. La barba crecida de agua. La piel ahogada.
El mudo es la imposibilidad física de hablar. Y el silencio.
Una de las cosas más horrorosas de los años de plomo era que uno veía lo que otros no veían. Los cuerpos no se veían. Aunque fueran evidentes. 
Hasta la censura militar no veía lo que era evidente. Esta escultura de Juan Carlos Di Stéfano estuvo en el Bellas Artes desde 1973. Y nadie la movió de allí desde entonces.
En ese mismo año, Eduardo Tato Pavlovsky presentaba El señor Galíndez, la historia de un torturador que hacía lo suyo sin que nadie lo advirtiera. Los diarios de la época hablaron de un “gran éxito teatral”. ¿No es increíble? 

martes, 29 de noviembre de 2011

El ángel que sella los labios

Es una historia de vida. Pero también un prisma que refracta las luces más siniestras. El protagonista es el Obersturmführer Maximilian Aue, un teniente de las SS destacado en el frente ruso. Está convencido de la política de exterminio de los judíos. Apenas le dan arcadas cuando pisa los cuerpos todavía convulsos en la fosa.
El libro es terrible e, inesperadamente, bello, fatal. Como cuando le llevan a un viejo judío alto, de larga barba blanca. Entonces Aue repara que el labio superior, bajo la nariz, era liso, sin la parte hundida que hay habitualmente en el centro. Cuando nací, le dice el anciano, el ángel no me selló los labios.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Personajes. Dominga Rivadavia

La primera edición de la novela
de Eduardo Gutiérrez, N. Tommasi, editor, 1900 

Durante mucho tiempo, los que pasaban por la calle del Socorro (Juncal) y Cerrito se persignaban. Algunas viejas se bajaban de la vereda enladrillada. No era para menos, en esa quinta vivía Dominga, la hija natural de Santiago, el hermano maldito de Bernardino Rivadavia y Rivadavia.
La quinta estaba a un tiro de fusil de la costa del Plata, que lamía las toscas húmedas. Y que, un tiempo atrás, mojó la frente mortalmente abierta de Edelmira. Las malas lenguas, que nunca faltan, decían que el golpe lo había asestado su propia madre, Dominga Rivadavia.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Imágenes del cuerpo. Demasiada perfección

Edad de bronce,
Auguste Rodin,
1875/76,
Musée Rodin, París
El soldado
Auguste Neyt
al natural
 Es la derrota empuñecida. A veces hay que inventar palabras. Es lo que hay que hacer ante este hombre desnudo que aprieta los puños como cuando se aprietan los labios para contenerse. Los puños de bronce tiemblan. ¿De qué otra manera expresarlo sino con palabras inventadas?
El vencido (que Auguste Rodin terminó llamando La edad de bronce) se duele de la derrota francesa en la guerra contra Prusia, en 1870. La frustración está toda allí. “El ojo más severo –dice Rainer Maria Rilke- no podría descubrir en esta estatua ningún espacio que fuera menos viviente”. Es perfecta.
Demasiado perfecta. Los académicos recelan. Acusan al escultor de haber vaciado directamente el cuerpo del modelo. No es que nadie lo hiciera, pero era desdoroso si no se hacía con tacto. Y Rodin había provocado el escándalo de la verdad (no de lo real que, es irrepresentable).    
Acosado, fotografió a su modelo, un soldado belga llamado Auguste Neyt. No es tan hermoso. Miren, dice Rodin, ese puño abandonado no es esta mano de dolor de bronce.
No le creen. Los académicos no aceptan ese cambio definitivo en la mirada sobre el cuerpo.
Al final, el astuto Estado francés compró la escultura. Pagó 2.200 francos...el precio del vaciado en bronce. 

lunes, 21 de noviembre de 2011

Personajes

En el telar de la historia está primero la urdimbre, esos hilos tensamente longitudinales, impecablemente paralelos. Después están los otros hilos con los que se entrelazan. Hilos que vienen del golpe del telar, hilos sacudidos, que a veces tienen un grosor desparejo, un teñido algo fallido. Esos hilos son las vidas, terriblemente individuales, de la gente.
Cuando la tela está terminada, los hilos entrecruzados no se notan demasiado. El paño parece liso. Pero allí, secretamente, están los hilos imperfectos, las vidas nunca rectas, nunca paralelas, por momentos deslucidas de la gente. Basta acercar la lupa para ver esa trama íntima.
Esto es lo que vamos a hacer en nuestra nueva sección, Personajes, que se publicará aperiódicamente (no como “Imágenes del cuerpo”, que aparece los miércoles) dentro de poco.
¿Por qué Personajes? Por algunas preguntas que siempre le hice a la vida de los próceres. ¿Manuel Belgrano hubiera sido un economista político si no hubiera querido redimir los chanchullos de su padre Domenico? ¿Bernardino Rivadavia hubiera sido otro si don Benito no lo hubiera arrancado del colegio San Carlos antes de que terminara sus estudios? Quién sabe.
Después hay otras vidas, las vidas de los de la segunda fila, diría Luna, los que no dejaron señal en la tela de la historia. Pero que, en la poquedad de sus vidas, reflejan admirablemente el imaginario social de la época en que vivieron. O en que viven. Porque, como siempre, iremos de allí para acá, del ayer al hoy, en la lanzadera que la historia usa para tramar.

viernes, 18 de noviembre de 2011

El exorcista

A mediados del siglo XVIII, el jesuita Pedro Lozano decía que el diablo husmeaba por el Tucumán. “Hay todavía no pocos que después de haber abrazado la ley de Cristo profesan estrecha familiaridad con el demonio, con cuyo magisterio salen eminentes en el arte mágico”. Pocos después, la india santiagueña Lorenza era acusada de salamancas con el Zupay, el nombre que por allá tenía Mandinga. La Lorenza no fue la única. A Juana Pasteles los exorcismos no la salvaron de la pena de muerte por bruja.
Doscientos cincuenta años después, estos asuntos parecen baladíes. No lo son.
Hace pocos días, el teólogo y exorcista Paul-Marie de Mauroy dio una charla en Paraná sobre el edificante tema “Cómo actúa el demonio y cómo protegernos de él”. Allí denunció que el reiki (la sanación por imposición de las manos) y la homeopatía son obras del demonio. Todo lo que es terapia energética es fruto de fuerzas ocultas, dijo.
El padre es presidente de la Asociación Internacional por la Liberación, que combate los malos espíritus. La Asociación tiene un sitio que se llama… vade-retro.fr.
El demonio parecía cosa del pasado. Pero no. Como advirtió Roger Caillois, “rechazad el Infierno, vuelve al galope”. Por las dudas: Crux Sancta sit mihi lux, non draco sit mihi dux. Vade retro Satana. Y tóquese el izquierdo.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Imágenes del cuerpo. La disolución de la carne

Estudio según el retrato del Papa Inocencio X de Velázquez
Francis Bacon, 1953, Desmoines Art Center

Lo que tiene la carne es que se pudre. Aun esta carne que reverbera en el oro o en la gloria. Se pudre.
Francis Bacon se permite la ironía de retratar el retrato del Papa Inocencio X de Velázquez. Los mismos ojos crueles, los mismos labios amargos, la misma púrpura pintadas por el sevillano están allí, disolviéndose.
Milan Kundera se pregunta cómo puede parecerse una imagen a un modelo del que es, programáticamente, una distorsión. Quién sabe. Pero se parecen. El Inocencio altivo de Velázquez es esta misma mueca desgarrada. Cuando uno se da cuenta de la semejanza, le corre un escalofrío por la espalda. Porque el parecido está allí: en la carne perecedera.
El cuerpo que representa Bacon no es el cuerpo del goce. Es el cuerpo que regresa inevitablemente a la animalidad, que siempre está regresando. La carne se deshilacha definitivamente después de la muerte. Pero se está deshilachando antes. Por eso ese grito.
Tenía razón Deleuze: las figuras desfiguradas de Bacon son las que mejor representan el hombre del siglo XX.