Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

miércoles, 23 de diciembre de 2020

 

23 de diciembre 

Querido Papá Noel…

Por suerte, Mamá me deja escribir con birome, algo que está terminantemente prohibido en la escuela porque, se supone, hace “fea letra”. De manera que:

Querido Papá Noel…

Ahí van los deseos más desmesurados: una bici como la del pibe de la vuelta, un rifle de aire comprimido…

Mamá me va a llevar a  gatichaves para que le entregue la carta en mano al mismísimo Papá Noel.

A la mañana siguiente, vamos. Pantalón corto (los largos llegarán recién a los doce), camisa blanca y corbatita corta. Entramos a un hall gigantesco bajo una cúpula de vitraux. Pisos de roble de Eslavonia cubiertos con alfombras.

Gatichaves tiene ocho pisos. Tomamos el ascensor. El ascensorista lleva una chaqueta verde con dos hileras de botones. Maneja la puerta con la mano sin sacarla cuando el ascensor asciende.

En cada piso anuncia el departamento: -¡¡Menaje, alfombras, tapiceríaaa!!

Finalmente, llega el piso de los chicos. Hay maniquíes niños de yeso con una sonrisa inmóvil, siniestra. Y miles de juguetes. Soldaditos de plomo, cartucheras de convoy, ferrocarriles de lata, arco y flecha con punta de sopapa...

-Vamos, vamos que hay mucha gente.

Hay una larguísima cola de mamás con chicos excitados de la mano. En el fondo, con un reno de cartapesta al costado, Papá Noel. Suda a mares con su traje rojo y su barba blanca. Hace horas que está ahí. Debe estar cansado, se le nota en las ojeras. Pero nadie lo mira a los ojos, para no desilusionarse.

-¿Cómo te llamás?

No siempre entiende el nombre, pero recibe la cartita todo lo afablemente que puede. Golpecito en la cabeza infantil y a otra cosa. Una señorita cuida que los niños desfilen de prisa.

Me toca a mí.

-¿Cómo te llamás?

Sin decir palabra, extiendo el brazo para darle la carta que Mamá llevaba en la cartera. Me toca la cabeza rapada y con flequillo. Y eso es todo.

Hubiera querido preguntarle cómo era el Polo Norte, pero no pude. Esa sensación de impotencia me ocurriría muchas veces a lo largo de la vida.

No hubo bici, ni rifle de aire comprimido. Pero en la medianoche del 24, como siempre, Mamá perfumó el aire con su propio perfume.