Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

viernes, 28 de septiembre de 2018

Moreno antes de ser Moreno



Mariano tenía destino de cura. Pero se le cruzó
Guadalupe, una mocita de 14 años criada en un
convento. Se casaron sin más.
A doña Manuela, la madre de la niña, la cosa no
le gustó nada. Pero sabía que los tribunales
fallaban a favor de los jóvenes que reclamaban su
cuerpo. Era época de revoluciones.  
Era uno de los 99 abogados de Buenos Aires. Se lo conocía por la causa que llevó contra el obispo Benito Lué y por el escrito en el que denunciaba que Bernardino Rivadavia no había terminado ni siquiera el Real Colegio. Si algo sabía, el doctor Mariano Moreno, era hacerse de enemigos.
Nadie se acuerda de otro caso, sin duda menos resonante, pero no menos trascendente. 
En los últimos días de 1807, Moreno presenta un manuscrito ante el presidente de la Real Audiencia, el virrey Liniers, a quien fusilaría tres años después.
El joven abogado pide la venia para que un tal Juan José Martínez se case con María Estefanía pese a la oposición de su padre, el escribano Juan Cortés, quien ya le había elegido esposo.
Estos pleitos son ya moneda corriente. Desde por lo menos 1804 hay una seguidilla de litigios similares. Los padres labran sus tramoyas casamenteras sin consultarles. Las niñas se niegan, reclaman su propio cuerpo. El “no de las niñas” –como se muestra en Ellas en la historia- es un ventarrón que antecede a los huracanes que se vendrán en 1810.
 "Era inevitable que los
jóvenes pretendieran
recuperar su propio
cuerpo".
Como otros tantos padres, el escribano se ofende. El nacimiento de la susodicha niña no es “nada vulgar”, las pretensiones del novio no hacen más que “rebajar su prosapia”. Y contraataca: que la bisabuela del pretendiente, la Catona, era mulata; que una tía carnal de la madre tuvo cierta historia morena; que un hijo (mulato) de la Catona le faltó el respeto por la calle a una señora y patatín y patatán. La intención es encontrar una tacha, una falta que hiciera imperfecto el linaje de Martínez. Finalmente, con una estocada maestra, Moreno gana el juicio. Juan José y Estefanía comieron perdices.
Nosotros nos quedamos releyendo esta decidora frase del escrito: “A la sombra de la autoridad de padre se quiere violentar la libertad de la hija”. Hay derechos que son naturales, como la libertad nacida con uno. Y no se pueden vulnerar invocando la desigualdad, la prosapia.
Las palabras (como libertad, como igualdad) se quieren decir y no se dicen. Esperan la Revolución. Mientras tanto, se introducen secretamente en escritos judiciales como éste.