Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

lunes, 28 de noviembre de 2016

Imago nos: El bondi


Bondi proviene de bonde, una palabra del portugués 
brasileño que significa “tranvía”. De modo que llamamos 
al colectivo con el nombre secreto de los tranvías desaparecidos. 

Volviendo del trabajo, Crítica; 22/2/1961.  Archivo General de la Nación.   

Son seis. No hay más que contarlos: son seis los que están colgados del estribo. Alguien corre detrás con la vana ilusión de treparse también él.
No hay nada más inútil que ese espejo retrovisor: el colectivero no ve más que cuerpos amuchados. 
El colectivo se inclina bajo su peso, se queja con una queja de amortiguador.
Adentro, olor a transpiración vieja, alguna flatulencia silenciosa. No importa, todos simulan no oler, ni oír, ni tocar. Porque, claro, los cuerpos se tocan, forman racimos como uvas apretadas, impúdicas.  
En otras circunstancias, el tocamiento de los cuerpos es una transgresión. En el colectivo se mira para otro lado, se finge indiferencia. Hay un borramiento de los cuerpos.
Es el verano de 1961. Con el desarrollismo, ya nadie trabaja donde vive. Las fábricas se alejaron de los barrios. Por eso los colectivos estiraron sus recorridos mucho más de lo que habían hecho antes los tranvías. Así, uno trabaja ocho horas pero pasa no menos de once horas fuera de casa si se tiene en cuenta el viaje.
En el Maipo, esa caja de resonancias, Pepe Arias se deshace en monólogos. No es casualidad, diría Oscar Troncoso. El viejo actor con su voz cascada, sus hombros agobiados, expresaba a ese tipo bueno, simple, desbaratado por una sociedad que no entendía.