Lo que no se dice es que el bendito Telégrafo Mercantil fue un dispositivo de enclasamiento de la burguesía incipiente. Es cierto que el periódico inauguró el vocablo argentino para aludir al Río de la Plata o, más precisamente, a Buenos Aires. Pero su función consistía, antes que nada, en definir quién era quién en aquella sociedad magmática que quería ingresar de lleno al capitalismo.
No es que al editor, el probritánico Francisco de Cabello y Mesa, le faltaran luces. Al contrario, desde el principio dividió las aguas: una cosa eran los propios y muy otra los ajenos. Los incluidos y los excluidos.
Los que podían ingresar a la Sociedad Patriótica Literaria y Económica asociada al periódico eran los Españoles nacidos en estos Reynos, ó en los de España, Christianos viejos y limpios de toda mala raza. No podía entrar ningun Extranjero, Negro, Mulato, Chino, Zambo, Quarteron, o Mestizo, ni aquel que haya sido reconciliado por el delito de la Heregia, y Apostasía, ni los hijos, ni nietos de quemados [en las hogueras de la Inquisición]… Los nuestros y los otros.
En una palabra, la Sociedad porteña habría de componerse de hombres de honrados nacimientos, y buenos procederes. Todavía más de uno se pregunta qué quería decir eso de “buenos procederes” en aquella sociedad de viejos contrabandistas.