María Saturnina Bárbara
Otálora, Jean Philippe Goulú,
1828, Museo Histórico de Buenos Aires Cornelio
Saavedra
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Ay Moreno de mi
corazón, no tengo vida sin vos, le escribía María Guadalupe Cuenca a
Mariano, al que Saavedra había diputado al mar. Se fue mi alma y este cuerpo sin alma no puede vivir.
Guadalupe era los ojos y los oídos de Mariano Moreno en
Buenos Aires. Le informaba detalladamente qué pasaba en la Revolución ya fatigada
pese a que era tan joven.
Le decía: No se cansan
tus enemigos de sembrar odio contra vos, ni la gata flaca de la Saturnina de
hablar contra vos en los estrados y echarte la culpa de todo.
La gata flaca era María
Saturnina Bárbara Otálora, la mujer de Saavedra. Era la misma a la que un capitán
borracho le había ofrecido la corona de azúcar que adornaba una torta en su
condición de esposa del “primer Rey y Emperador de América”. No sabemos qué
hizo la Saturnina, pero sí Moreno, que descerrajó el conocido decreto de supresión de honores contra las ínfulas
del presidente de la Junta que se creía virrey.
La cláusula 13ª parecía especialmente escrita contra
Saturnina: Las esposas de los
funcionarios públicos políticos y militares no disfrutarán los honores de armas
ni demás prerrogativas de sus maridos: estas distinciones las concede el estado
a los empleos, y no pueden comunicarse sino a los individuos que los ejercen.
No era extraño que la mujer de Saavedra anduviera por los
estrados de las casas principales hablando entre dientes contra Moreno.
En verdad, nada de esto importaba ya. La carta en la que
Guadalupe señalaba a la gata flaca estaba
fechada el 25 de mayo de 1811. Mariano Moreno había sido echado al mar ochenta
días antes.