Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

domingo, 3 de junio de 2012

Personajes. María de la Luz Godoy Cruz


En 1861, el año en que murió la viuda de Godoy Cruz, un 
terremoto dejó en ruinas a Mendoza. Foto de José Christiano 
de Freitas Henriques Junior, detto Christiano Junior

Lo perdía el lienzo muy fino de Holanda para el vuelo de los puños de las camisas. Y las telas blancas de algodón labrado. Los mendocinos decían, no se sabe si con admiración o con envidia, que mandaba a hacer su ropa con piezas de Nankín, la ciudad que se conocía como La capital del cielo en la antigua China.
Coqueto como era, Tomás Godoy Cruz (1791/1852) fue representante de Mendoza en el Congreso de Tucumán. San Martín lo presionaba para la declaración de la Independencia. Cuando volvió, fue gobernador de la provincia.
En 1823, Tomás se casó con María de la Luz Sosa (1797/1861), bellísima, dicen. Las fiestas que daba eran famosas en Mendoza.
El 15 de mayo de 1852, solo, oyendo a lo lejos el bullicio de uno de aquellos bailes famosos, Tomás murió. Una criada, que había encontrado el cuerpo sin vida, corrió a la señora, a ver qué hacía. María de la Luz dio orden de cerrar silenciosamente la puerta de la habitación. Y volvió alegremente al salón. No era cuestión de entristecer a los invitados.

María de la Luz tenía algo más de cincuenta pimpantes años cuando conoció a Federico Mayer, que tenía el prestigio de su apellido sajón y su planta de buen mozo. Quedó prendada de él, dicen. No menos que Aurelia, su hija, a la que el galán invitó no una sino muchas veces a pasear por la Alameda. Palabra va, palabra viene, la pareja formalizó.
Tomás prestó su consentimiento al matrimonio. Pero no María de la Luz, que tuvo una actitud intemperante, casi celosa, diríamos. Dicen las malas lenguas que porque el mozo le rechazó algunos requiebros no tan disimulados. De todos modos, los enamorados se casaron y se fueron a vivir al caserón de los Godoy Cruz.
A poco del fallecimiento de Tomás, los esposos se mudaron a una finca de las afueras. Por algo sería. 
Lo cierto es que, en una de las últimas noches del verano de 1853, Federico y Aurelia salieron de visita a lo de Melitón Gómez, ahí nomás. En un callejón oscuro, dos figuras negras, camisa arremangada y sombrero alón, fueron derecho a atropellar al joven. Lo acuchillaron con ganas y, como una gracia, le metieron dos tiros finales. No querían equivocarse.
Un tiempo después, aprehendieron a los asesinos, unos Sambrano sin mérito. Gentilmente interrogados, confesaron que habían hecho lo que hicieron instigados por María de la Luz de Godoy, la suegra enamorada. 
En todas partes se cuecen habas y en las familias, ¡a calderadas!