Fray Francisco de Vitoria (¿?-1592), Obispo de la diócesis del Tucumán |
El cancel del Santo Oficio de la Inquisición, en Lima, se abrió pesadamente para dar paso a una denuncia curiosa. La declaración la firmaba el bachiller Suárez de Rendo y estaba fechada en el día del Señor del 20 de marzo de 1583. Decía que fray Francisco de Vitoria, obispo de la diócesis del Tucumán, era pariente de Martín Hernández, un judío condenado por el Tribunal granadino. Eso bastaba para presumir que el obispo era un marrano (judío converso). En aquel entonces ser tildado de judaizante equivalía a la exclusión social, sino a la hoguera. Y la filiación también era un delito contra la fe.
El inquisidor Antonio Gutiérrez Ulloa, ducho en corozas y sambenitos, esta vez no supo qué hacer. No todos los días caían expedientes como éste, que involucraba a tan alto prelado. Mandó el pliego al Consejo Central que es un poco decir al muere, si uno piensa que entre El Callao y Cádiz había meses de navegación azarosa.
En aquella época no era infrecuente que un clérigo fuera nuevo cristiano, como se llamaba a los judíos conversos, y aun que practicara secretamente los ritos y las ceremonias de la ley mosaica. A trancas y barrancas, los hebreos expulsados primero de España y después de Portugal desembarcaron en el Brasil. Y, cuando también allí llegó el Santo Oficio, pasaron sigilosamente al Río de la Plata. Tomar los hábitos católicos les permitía, al menos, poder leer sin aprietos el Nuevo Testamento, ser respetados por los vecinos y, en todo caso, ¿qué mejor artificio que una sotana?
Fray Francisco de Vitoria (no hay que confundirlo con su homónimo, también dominico, que fundó la hermosa teoría del derecho natural de los españoles de andar por las Indias a sus anchas) no se quedó callado, qué se va a callar.
Uno abre los libros y, en esta página, se le alaba como un príncipe de la Iglesia y, en la otra, como un miserable mercader metido a cura. Tal vez fuera un poco y un poco. Eso sí, fray Francisco de Vitoria se metía en más trifulcas de las que podía sostener.
Cierto es que Hernando de Lerma, a la sazón gobernador del Tucumán, le tenía ojeriza. Hay quien dice que porque era un hombre ilustrado enfrentado a las iniquidades eclesiásticas. Hay quien dice que porque era malvado por naturaleza.
Como fuere, fray Vitoria señaló a Lerma como nuevo cristiano al que debía aplicarse la bula In-Coena Domini en defensa de la fe que establecía su excomunión de la iglesia. Y, si no, él mismo lo haría quemar por el Santo Oficio, que para ello tenía comisión.
Ni comisión, ni nada; en Lima no tenían noticia de esta reyerta. Al contrario, el 20 de diciembre de 1582 el bachiller Diego Pedrero de Trejo, chantre de la catedral tucumana, presentó ante el Tribunal un pliego donde se decía que el bueno de Vitoria fornicaba con Ana López de Herrera en plena sacristía y cometía otros pecados, que es prudente no mencionar.
Acaso Lerma haya estado detrás de la denuncia. Pero el obispo no se anduvo con chiquitas. Dijo de los Inquisidores que no estaban a su altura y más, que podían ser sus criados. Como a tal dime, tal direte, alguien recordó que el fraile “siendo mozo, vino a esta tierra por grumete, y que en Trujillo del Perú sirvió de curar un caballo, y en esta ciudad, muy poco tiempo ha, sirvió de mozo de tienda a un mercader, y también es muy cierto y público que agora no tiene más virtudes de las que eran menester para aquellos oficios; hízose fraile y predicador, y hiciéronle obispo, y lo más peligroso para esta tierra que ha venido a ella’”.
En 1584, Lerma partió a su destino de cárcel de la Corte en España donde murió de tristeza. Pero fray Vitoria no paró. Excomulgó cuatro veces al nuevo gobernador, Juan Ramírez de Velasco, por negarle caballos y comida, entre otras santas razones.
El obispo se llevaba como el diablo con los capitulares de los cabildos y los fiscales de las audiencias. Pero los negocios, de maravillas. Él fue quien abrió el puerto de Buenos Aires al comercio con el Brasil, que no es poco mérito.
El 2 de septiembre de 1587 zarpó del fondeadero del Riachuelo la San Antonio, que llevaba sayales, telillas y cordobanes que habían hecho los veinte mil indios que el cura tenía encomendados. Entre los bultos iban, como quien no quiere la cosa, varias barras de plata del Potosí, que Su Majestad prohibía salir de las Indias sin autorización expresa. En fin, la primera exportación manufacturera del Río de la Plata (por eso el 2 de septiembre se celebra el Día de la Industria) era contrabando hecho y derecho. Vaya con el señor obispo.