Primera plana de Clarín, 31 de diciembre de 1999
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Había que
sacar el dinero de los cajeros automáticos, no fuera que el saldo quedara
reducido a nada justo a las cero horas, un segundo. Las enfermeras tenían que
estar atentas porque, a la hora fatídica, los pacientes con respiración
asistida podían quedar sin ventilación pulmonar. Los bancarios tenían que hacer
copias de seguridad de las cuentas por las dudas se borraran los movimientos
contables. Y más valía no estar en el aire porque el control del tránsito aéreo
podía volverse loco.
Los rumores
más inverosímiles inquietaban aquel viernes 31 de diciembre de 1999.
Todo por un
bug, un miserable error de software
de los programadores. Para economizar memoria, omitieron los primeros dos
dígitos del año en el almacenamiento de las fechas. Así, los equipos consignaban
el año 1996, por ejemplo, simplemente como 96.
Pero ¿qué
pasaría un segundo después del 31 de diciembre de 1999, cuando se registrase el
1° de enero de 2000? Las máquinas interpretarían el 2000 como 00, es decir
1900. Volveríamos, pues, al 1° de enero de 1900. Y el mundo se vendría abajo.
El efecto 2000 (también lo llamaron error del milenio) sería un colapso
total porque, a esa altura, las tecnologías de la información ya dominaban el
planeta.
Así
llegamos a aquel viernes, despavoridos.
Tocaron las doce campanadas. Un
segundo, dos, tres. Un minuto. No pasó nada.